La revolución de la Edad de Hierro
La Edad de Hierro llegó a Europa entre los siglos XII y XI a.C., el descubrimiento de este metal supuso toda una revolución que rápidamente se extendió por todo el mundo desde Anatolia. Más abundante que el cobre y el bronce, resistente y maleable, por lo que se pudieron crear nuevas armas, herramientas para la agricultura, la pesca y la caza.

La Edad de Hierro comenzó durante el colapso que se produjo en la Edad Oscura con la irrupción de Los Pueblos del Mar, asunto que ya tratamos en el artículo «Los Pueblos del mar y la llegada del apocalipsis». Pero a partir del 800 a.C. el pueblo indoeuropeo de los celtas supo sacarle el máximo provecho a este metal, esto supuso un desarrollo significativo en la sociedad.
Las innovaciones que aportaron los celtas
Las herramientas que crearon eran de lo más variado, hoces y guadañas afiladas y duraderas, palas, la reja de hierro para los arados, armaduras, espadas, herraduras para los caballos, cotas de malla e incluso hermosos y elaborados abalorios.

Aportaron grandes avances con el consecuente aumento de la producción, avances que heredarían los romanos y que tanto ayudaron a la sostenibilidad de su imperio. Los celtas fueron un pueblo que se extendió por toda Europa, vivían en pequeñas poblaciones agrícolas de chozas circulares de piedra con techos de paja, carecían del concepto de nación pero compartían la misma cultura.
El poder de los druidas
En la cúspide religiosa e incluso social, se encontraban los druidas, todo caudillo celta necesitaba de la aprobación de los druidas antes de tomar cualquier decisión. La religión celta rendía culto a la naturaleza, en especial a las rocas y los árboles, los bosques profundos y los grandes robles eran sagrados para ellos. También practicaban los sacrificios humanos con gran crudeza, en ocasiones con fines arbitrarios que no respondían a su culto.

Los druidas tenían grandes conocimientos de remedios herbales, pero procuraban no practicarlo en exceso por temor a que el conocimiento escapara de su control, sus conocimientos los transmitían oralmente a un sucesor de su confianza para preservar su sabiduría y así mantener su estatus en la sociedad celta. La práctica quirúrgica de la trepanación estaba muy extendida en su cultura, creían que la cabeza albergaba el alma, por lo que su práctica ayudaba a expulsar los espíritus malignos que causaban el dolor y la enfermedad.
Temibles guerreros
Tenían costumbre de cortar las cabezas de sus enemigos como trofeos y clavarles un clavo, se cree que lo hacían para que el espírítu de su enemigo caído no les atormentara. Los celtas tenían la reputación de ser bravos guerreros que en ocasiones luchaban a pecho descubierto e incluso desnudos. Fueron los dominadores en el arte de la guerra en el centro de Europa hasta la llegada de los romanos. Todas las culturas avanzadas de la época como los griegos, cartagineses y romanos incorporaban a los celtas en sus ejércitos en calidad de mercenarios.

El hecho de que fueran una cultura dividida en multitud de etnias y poblaciones hizo que los romanos tuvieran tremendas dificultades para conquistarles, así queda demostrado en la conquista de la Galia, Britania e Hispania. El ejército celta se basaba principalmente en el combate de infantería, aunque es sabido que en ocasiones utilizaban carros. La táctica más habitual que utilizaban era la llamada “Furia Celta”, que consistía en lanzarse masivamente contra las líneas enemigas haciendo valer su fuerza física y destreza con el fin de romper sus líneas.

Aunque no eran grandes estrategas, ni tan siquiera un ejército organizado, en ocasiones formaban en falanges al estilo griego, también eran maestros de las retiradas fingidas. No les quedó más remedio que utilizar esta táctica contra los romanos, era el único modo que conocían para conseguir romper sus sólidas formaciones. Muchos caudillos celtas son recordados por su bravura y liderazgo ejercido contra los romanos, como los personajes de Carataco, Casivelono y la reina guerrera Boudica en Britania, Vercingétorix, el gran enemigo de Julio César en la Galia, en Hispania mencionaremos al caudillo Breogán y a Viriato a pesar de que los lusitanos no fueran puramente celtas.